“Existimos”
Ese fue mi primer pensamiento cuando la madrugada del 15 de
julio de 2010 fue aprobada la ley de matrimonio igualitario en Argentina, mi
país de origen, donde nací. Y eso fue lo que me dijeron mis amigos cuando nos
abrazamos festejando dicho hecho. Hasta
ese instante no había dimensionado exactamente el significado de que se
aprobara dicha ley. No viví de cerca todo el proceso de lucha que implicó su
aprobación ya que resido en Uruguay, hace unos años ya. Pero si fui testigo de
las implicancias que tuvo su aprobación tanto a nivel personal, como grupal y
más claramente en el terreno de la sociedad en su conjunto.
Este hecho generó que yo me replanteara volver a la
militancia política, que en mi país se había desarrollado en las filas del
feminismo y del movimiento de mujeres en general. Quería ser parte de un
proceso como el que vi en Argentina y encontraba una vez más un motivo para volver a la práctica política
superando cansancios, desilusiones y cuestionamientos variopintos.
Decido participar del Colectivo Ovejas Negras en Uruguay ,
que desarrolla su práctica política por los derechos de la diversidad sexual y
de las personas GLTBI, sabiendo que estaban también en proceso de empezar a
luchar por la aprobación de la misma ley en el país.
Como militante desde una ideología de “izquierdas” pensar en
trabajar para que el matrimonio entre personas del mismo sexo sea un derecho,
en principio suena mal, genera una contradicción entre querer cambiar el
sistema, sus formas opresivas, sus instituciones no menos opresivas y pedir que nos incluyan en todo eso. Es como
trabajar para de alguna forma “incluirnos” en todo eso que queremos
“deconstruir”.
En mi caso, la diferencia y mi decisión de volver a la
práctica política por la aprobación de la ley estuvo marcada por esa sensación
de “existimos”. Solo en ese momento logré entender la dimensión de lo que se
aprobaba y de alguna forma se resolvía la contradicción antes explicitada, o
algo parecido.
Tener una práctica política para intentar cambiar lo que refiere
a los mandatos, estereotipos y opresiones que pesan sobre el deseo sexual de
cada uno y cada una, no conlleva implícitamente la consigna de cambiar las
formas en que las personas nos relacionamos y lo que construimos como vínculo a
partir del deseo sexual y/o el amor. Es en este sentido donde el matrimonio se
presenta como la institución occidental – judeo - cristiana por excelencia a la
hora de otorgar la mayor legitimidad social al vínculo establecido a partir del
deseo sexual y/o el amor. No solo lo
legitima sino que le otorga al mismo tiempo las habilitaciones necesarias para
su desarrollo en el ámbito de las relaciones sociales.
Es en este punto donde la comunidad GLTBI está un paso atrás
del resto de las personas y donde yo creo que antes de ir un paso más allá en
la crítica y en la deconstrucción de la institución matrimonio, debemos luchar
por tener el mismo derecho que el resto ¿Por qué? ¿Por qué no conformarnos con
otro nombre, con algo parecido o inventar algo nuevo? Porque precisamente lo
que otorga la legitimidad y las habilitaciones sociales es el “matrimonio” así
como lo conocemos hoy.
Y esta legitimidad es lo que se traduce en “existimos” ¿es
que antes no existíamos? se me podría preguntar muy coherentemente. Por
supuesto que si, la novedad de la “existencia” deviene de la “pertenencia”,
existimos se podría traducir en este caso en “pertenecemos”, nuestros vínculos
existen socialmente, son reconocidos como iguales al resto y esto les otorga el
mismo status social, lo que también se puede traducir en la adquisición de las
habilitaciones sociales, políticas y económicas de los matrimonios
heterosexuales, lo que no es poco.
Aquí es donde aparece el siguiente cuestionamiento, donde
vuelve a surgir la contradicción: ¿eso es lo que queremos? ¿pertenecer a algo
que criticamos? En lo personal casarme o el matrimonio nunca estuvo en mi lista
de cosas para hacer en esta vida. No fue un anhelo, no fue un sueño, no fue una
meta, no fue. Y si era, era sólo en términos de visión crítica y ácida. De hecho
creo que mi generación hizo todo un esfuerzo por tratar de inventar otra cosa
que rompiera con el modelo de matrimonio que aprehendimos de las generaciones
predecesoras.
Sin embargo a partir de la aprobación de la ley en
Argentina, casarme me parece una de las cosas más revolucionarias que puedo
hacer con mi vida. Fundamentalmente porque como aprendí en los días de
militancia por el derecho al aborto, en estas sociedades que habitamos las
leyes tienen ese efecto de derecho positivo, de derecho adquirido que influye
en los imaginarios sociales, y en las cuestiones que se aceptan o no por la
mayoría, en lo que está bien, en lo que está mal, lo “normal” lo “natural”. Y
esos imaginarios resultan al fin de cuentas como pilares de lo que se
constituye y delimita como la aceptación social.
Y ese efecto en la sociedad actual con vistas a las
generaciones que vienen me parece fundamental. No es menor trabajar por
suscitar las garantías necesarias para que las personas puedan vivir libremente
su sexualidad. Y claramente no es lo mismo haber nacido, crecido y vivido en
sociedades donde cualquier práctica sexual por fuera de la heteronorma haya
sido ocultada, negada (en el mejor de los casos), perseguida y castigada (en el
peor), que nacer en sociedades donde esa situación sea una más de las tantas
posibles. Y esto, creo yo, genera que existan mayores “garantías” (no me van a
hechar del trabajo, no me va a rechazar mi familia, no voy a perder afectos,
etc., etc.,) para que la gente salga del “closet”, asuma su deseo y lo viva
libremente.
Y si bien esto se puede lograr de infinitas maneras, el
efecto que causa la “institucionalización del matrimonio entre personas del
mismo sexo” (sobre todo en la victoria que se consigue en la batalla ideológica
contra la iglesia católica y la derecha conservadora en general) es, a mi
entender, muy difícil de desaprovechar.
La aprobación de la ley, su sola existencia como tal, y las
prácticas legitimadas que suscita socialmente, tienen un efecto concreto e
inmediato, e incluso iría más allá de la coyuntura de poder tener avances
concretos solo cuando los gobiernos de turno estuviesen dispuestos a generar
las políticas públicas acordes a la cuestión. Que quede claro, no suplanta nada
de todo esto, pero si creo que suma de manera contundente al impactar en la
conciencia y en el inconsciente colectivo de una manera tan clara y con tanto
peso.
Uno de los aportes fundamentales del feminismo como teoría
política, a mi modesto entender, es esta idea de que “lo personal es político”,
uniendo de manera magistral los pequeños actos de nuestra vida cotidiana a un
colectivo, a una comunidad, a lo “social” en definitiva. Haciéndonos
responsables y partícipes necesarios de que la sociedad la construimos también
desde lo “privado”, desde el hogar, desde la propia vida, todos los días. Las
decisiones personales, lo que hacemos o dejamos de hacer tienen una dimensión
política. A quien amamos, cómo lo amamos, a quién deseamos, lo que hacemos con
ese deseo, las relaciones que construimos, los vínculos que establecemos tienen
una dimensión política. Y es desde esta perspectiva por la que trabajé para que
el matrimonio igualitario sea una realidad.
Y desde la que creo que también podemos mostrar que las
formas establecidas y socialmente aceptadas no deben ser necesariamente las
únicas. Esa institución llamada matrimonio, tan aparentemente ancestral y
“natural”, que hasta ayer solo se creía legítima para personas heterosexuales
hoy tiene otra forma. El matrimonio como modelo de relacionamiento, como modelo
de vínculo pensado de una forma y para siempre también puede cambiar y de hecho
está cambiando.
Generar estos pequeños quiebres en los ámbitos que se creían
naturalizados e inamovibles, que nos son dados e inculcados como lo que “es”
sin invitación a cuestionarlo, respaldados por actores sociales que se
presentan casi como invencibles en el sostenimiento de todo este “orden
establecido”, es ver que el cambio es posible, que la transformación no es solo
una utopía. Que todo se construye. Y que tod@s somos protagonistas de esa
construcción.
“Hay quienes ven la realidad
y se preguntan ¿por qué?
Hay quienes se la imaginan
como nunca había sido
y se preguntan ¿por qué no?”
(Bernard Shaw)
Yanina Azzolina
2013
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