jueves, 30 de septiembre de 2010

reminiscencia



No podía dejar de amarla porque el olvido no existe
y la memoria es modificación, de manera que sin querer
amaba las distintas formas bajo las cuales ella aparecía
en sucesivas transformaciones y tenía nostalgia de todos los lugares
en los cuales jamás habíamos estado, y la deseaba en los parques
donde nunca la deseé y moría de reminiscencias por las cosas
que ya no conoceríamos y eran tan violentas e inolvidables
como las pocas cosas que habíamos conocido.


Cristina Peri Rossi. "Mi casa es la escritura". Antología poética.

"la única iglesia que ilumina es la que arde" by yani

En el momento que estaba sacando esta foto, allá por el derrotero del 2002 y sus paredes llenas de consignas que sirvieron de espejo de la bronca y la movilización del pueblo argentino por esos días, recuerdo que pensé: "¡qué buena frase! es verdad, la iglesia para iluminar tiene que arder". En ese momento las palabras iluminar y arder para mí tenían otra connotación. Hacía poquitos años que mi incursión en una congregación religiosa para ser monja había concluido. Sí, quise ser monja. 
Hasta los 15 años fui atea como reflejo de las ideas que circulaban por casa, pero a partir de esa edad y buscando cómo hacer para que el mundo fuera menos injusto (entre otras cosas) se cruzaron en mi vida personas que me acercaron a la iglesia católica. Comencé a participar de grupos parroquiales, iba asiduamente a misa, empecé a misionar en el verano por los campos olvidados del Chaco argentino, y en una de esas misiones dije: "quiero esto para el resto de mi vida". 

Si, también soy extremista. 
Y asi fue que pensé que la consagración religiosa era el camino. Pero me equivoqué. En vez de ver mi vida traducida en una misión permanente, que para mi significaba estar con la gente menos favorecida y hacer algo con su situación (si ya se, con los años me di cuenta que era más fácil seguir la carrera de Trabajo Social para alcanzar el mismo objetivo) me vi sumergida en una experiencia única pero poco recomendable: consagrar mi vida a sostener a la iglesia como institución. Para eso debía vivir en la obediencia, la pobreza y la castidad. El primer paso que tuve que dar fue olvidarme del “yo” con el que llegaba y a mis 20 años verme en la situación de tener que pedir permiso para todo, a mi maestra o superior, acción que me iba formando, según me explicaron, en OBEDIENCIA y me preparaba para asir mi voluntad a la del "señor" que solo tenía comunicación directa con los superiores, vaya a saber una por qué misteriosa cuestión (¿será por lo vertical de la institución?). La POBREZA era real, vivíamos de nuestro trabajo, comíamos lo que podíamos comprar y el trabajo era comunitario, vivíamos en comunidad, situación que me sirvió muchísimo para aprender sobre mí y sobre la humanidad (claramente los fondos que recibe la iglesia del estado quedan en los mandos superiores). Ahora, la CASTIDAD... señoras y señores... qué problema tiene la iglesia con la castidad, el primero y más serio, a mi entender: es que la castidad NO EXISTE per sé, y sólo sirve para no asumir una de las cuestiones esenciales a las que debemos enfrentarnos los seres humanos y que es: nuestra sexualidad y qué hacer con ella. En mi caso mi homosexualidad, como en el de tantas y tantos otras y otros con las que conviví o a los que vi vivir (para ampliar este tema recomiendo los escritos de Santa Teresa de Jesús sobre las “amistades particulares” y entenderéis más claramente de lo que os hablo). El mandato de la castidad otorga la licencia para "tapar" dicha cuestión, y creer que con solo decir que se quiere ser casto se es de hecho y ya (escribiría en un retrete: “si lo que quieres es huir de tu sexualidad: conságrate”). 
La iglesia toma a un jesús casto, pobre, obediente y para nada humano como modelo (moldeado por ella misma) como ideal y pretende que todas las vidas se apeguen a esa figura. Ideal poco real de una figura inalcanzable (y poco recomendable de alcanzar). De ahí se derivan los obispos con hijos, los curas con sus seudo esposas clandestinas, las monjas con sus “amigas particulares” y sus amigos seminaristas y los casos más terribles pero no por eso poco extendidos de curas pedófilos. 
La iglesia parte de la negación de la sexualidad como una realidad, y con ese mecanismo casi mágico e infantil pero muy efectivo, pretende que algo que no puede resolver a su favor simplemente no existe, lo que se convierte en una olla a presión, porque no está negando cualquier cosa, están negando uno de los impulsos básicos que nos mantienen con vida. 
Pero no satisfecha con este hecho y haciendo alarde de uno de sus principios de supervivencia, pretende la “universalización” de esta negación. En esta pretensión de universalización de lo que ella “cree”, de lo que ella “piensa” es donde a mi entender la iglesia comete su mayor pecado. Porque no me voy a poner a discutir creencias, las creencias no se discuten, a mi entender no están en el orden de lo “racional discutible”, lo que si voy a cuestionar es pretender que esa creencia sea universal, única e inamovible para todos. Porque yo también lo pretendí en algún momento y me di cuenta de que estaba equivocada. El dogma no humaniza.
Por eso para mí las palabras “iluminar y arder” en ese momento significaban que la iglesia debía reencontrarse con su pasión para dar luz al mundo en el sentido más “iluminista” de la palabra. Si, soy muy ingenua también. 
Es que hay gente maravillosa y sobre todo muy valiosa en sus filas y de las que intenté acordarme todos estos años para rescatar algo positivo y retrasar el verdadero significado de las palabras de la foto. 
Pero pasado el tiempo y los hechos y llegados al día de hoy entiendo y siento que iluminar y arder, significan fuego y destrucción para una institución que no solo atrasa, obstruye, complota y discrimina, sino que también convoca a una guerra contra el amor y los derechos de quienes no piensan como ella y no le hacen mal a nadie, mientras sigue siendo cómplice y culpable de apañar criminales y sigue negando realidades solo para subsistir como institución y no perder el poder político, económico y social que le brinda dicho status.
Recuerdo nítidamente el día que decidí irme. Almorzábamos en el noviciado un grupo de compañeras con la superiora y otras monjas y se hablaba de la última presentación pública del estado financiero del vaticano, y una de las monjas ironizó: “habría que ver cuáles son los números reales, ¿no?”, a lo que inmediatamente reaccionó la monja que tenía sentada a mi lado tapándome ambos oídos con sus manos, en un gesto que no impedía lo que ya había escuchado sino más bien me indicaba: hacé de cuenta que no lo escuchaste… y en ese preciso instante imginé que el día que hiciera mis votos de obediencia, pobreza y castidad y pusieran en mi cabeza el velo que lo confirmaba, en ese preciso momento iba a perder la capaciadad de pensar por mí misma, la imagen era muy gráfica: el velo anulaba mi cerebro. Y podría haberme quedado y dar la batalla desde adentro como me planteaban mis amigos y amigas, pero luchar contra la iglesia como institución desde adentro es una falacia, porque el mismo movimiento que una cree que sirve para combatirla, a ella le sirve para sostener y perpetuar su poder. Por eso me fui, por eso la apostasía... y claro: estudié trabajo social… pero eso es otra historia.

Yani Azzolina
13 de julio de 2010