miércoles, 10 de abril de 2013

Existimos (by yani)







“Existimos”

Ese fue mi primer pensamiento cuando la madrugada del 15 de julio de 2010 fue aprobada la ley de matrimonio igualitario en Argentina, mi país de origen, donde nací. Y eso fue lo que me dijeron mis amigos cuando nos abrazamos festejando dicho hecho.  Hasta ese instante no había dimensionado exactamente el significado de que se aprobara dicha ley. No viví de cerca todo el proceso de lucha que implicó su aprobación ya que resido en Uruguay, hace unos años ya. Pero si fui testigo de las implicancias que tuvo su aprobación tanto a nivel personal, como grupal y más claramente en el terreno de la sociedad en su conjunto.
Este hecho generó que yo me replanteara volver a la militancia política, que en mi país se había desarrollado en las filas del feminismo y del movimiento de mujeres en general. Quería ser parte de un proceso como el que vi en Argentina y encontraba una vez más un  motivo para volver a la práctica política superando cansancios, desilusiones y cuestionamientos variopintos.
Decido participar del Colectivo Ovejas Negras en Uruguay , que desarrolla su práctica política por los derechos de la diversidad sexual y de las personas GLTBI, sabiendo que estaban también en proceso de empezar a luchar por la aprobación de la misma ley en el país.
Como militante desde una ideología de “izquierdas” pensar en trabajar para que el matrimonio entre personas del mismo sexo sea un derecho, en principio suena mal, genera una contradicción entre querer cambiar el sistema, sus formas opresivas, sus instituciones no menos opresivas  y pedir que nos incluyan en todo eso. Es como trabajar para de alguna forma “incluirnos” en todo eso que queremos “deconstruir”.
En mi caso, la diferencia y mi decisión de volver a la práctica política por la aprobación de la ley estuvo marcada por esa sensación de “existimos”. Solo en ese momento logré entender la dimensión de lo que se aprobaba y de alguna forma se resolvía la contradicción antes explicitada, o algo parecido.
Tener una práctica política para intentar cambiar lo que refiere a los mandatos, estereotipos y opresiones que pesan sobre el deseo sexual de cada uno y cada una, no conlleva implícitamente la consigna de cambiar las formas en que las personas nos relacionamos y lo que construimos como vínculo a partir del deseo sexual y/o el amor. Es en este sentido donde el matrimonio se presenta como la institución occidental – judeo - cristiana por excelencia a la hora de otorgar la mayor legitimidad social al vínculo establecido a partir del deseo sexual  y/o el amor. No solo lo legitima sino que le otorga al mismo tiempo las habilitaciones necesarias para su desarrollo en el ámbito de las relaciones sociales.
Es en este punto donde la comunidad GLTBI está un paso atrás del resto de las personas y donde yo creo que antes de ir un paso más allá en la crítica y en la deconstrucción de la institución matrimonio, debemos luchar por tener el mismo derecho que el resto ¿Por qué? ¿Por qué no conformarnos con otro nombre, con algo parecido o inventar algo nuevo? Porque precisamente lo que otorga la legitimidad y las habilitaciones sociales es el “matrimonio” así como lo conocemos hoy.
Y esta legitimidad es lo que se traduce en “existimos” ¿es que antes no existíamos? se me podría preguntar muy coherentemente. Por supuesto que si, la novedad de la “existencia” deviene de la “pertenencia”, existimos se podría traducir en este caso en “pertenecemos”, nuestros vínculos existen socialmente, son reconocidos como iguales al resto y esto les otorga el mismo status social, lo que también se puede traducir en la adquisición de las habilitaciones sociales, políticas y económicas de los matrimonios heterosexuales, lo que no es poco.
Aquí es donde aparece el siguiente cuestionamiento, donde vuelve a surgir la contradicción: ¿eso es lo que queremos? ¿pertenecer a algo que criticamos? En lo personal casarme o el matrimonio nunca estuvo en mi lista de cosas para hacer en esta vida. No fue un anhelo, no fue un sueño, no fue una meta, no fue. Y si era, era sólo en términos de visión crítica y ácida. De hecho creo que mi generación hizo todo un esfuerzo por tratar de inventar otra cosa que rompiera con el modelo de matrimonio que aprehendimos de las generaciones predecesoras.
Sin embargo a partir de la aprobación de la ley en Argentina, casarme me parece una de las cosas más revolucionarias que puedo hacer con mi vida. Fundamentalmente porque como aprendí en los días de militancia por el derecho al aborto, en estas sociedades que habitamos las leyes tienen ese efecto de derecho positivo, de derecho adquirido que influye en los imaginarios sociales, y en las cuestiones que se aceptan o no por la mayoría, en lo que está bien, en lo que está mal, lo “normal” lo “natural”. Y esos imaginarios resultan al fin de cuentas como pilares de lo que se constituye y delimita como la aceptación social.
Y ese efecto en la sociedad actual con vistas a las generaciones que vienen me parece fundamental. No es menor trabajar por suscitar las garantías necesarias para que las personas puedan vivir libremente su sexualidad. Y claramente no es lo mismo haber nacido, crecido y vivido en sociedades donde cualquier práctica sexual por fuera de la heteronorma haya sido ocultada, negada (en el mejor de los casos), perseguida y castigada (en el peor), que nacer en sociedades donde esa situación sea una más de las tantas posibles. Y esto, creo yo, genera que existan mayores “garantías” (no me van a hechar del trabajo, no me va a rechazar mi familia, no voy a perder afectos, etc., etc.,) para que la gente salga del “closet”, asuma su deseo y lo viva libremente.
Y si bien esto se puede lograr de infinitas maneras, el efecto que causa la “institucionalización del matrimonio entre personas del mismo sexo” (sobre todo en la victoria que se consigue en la batalla ideológica contra la iglesia católica y la derecha conservadora en general) es, a mi entender, muy difícil de desaprovechar.
La aprobación de la ley, su sola existencia como tal, y las prácticas legitimadas que suscita socialmente, tienen un efecto concreto e inmediato, e incluso iría más allá de la coyuntura de poder tener avances concretos solo cuando los gobiernos de turno estuviesen dispuestos a generar las políticas públicas acordes a la cuestión. Que quede claro, no suplanta nada de todo esto, pero si creo que suma de manera contundente al impactar en la conciencia y en el inconsciente colectivo de una manera tan clara y con tanto peso.
Uno de los aportes fundamentales del feminismo como teoría política, a mi modesto entender, es esta idea de que “lo personal es político”, uniendo de manera magistral los pequeños actos de nuestra vida cotidiana a un colectivo, a una comunidad, a lo “social” en definitiva. Haciéndonos responsables y partícipes necesarios de que la sociedad la construimos también desde lo “privado”, desde el hogar, desde la propia vida, todos los días. Las decisiones personales, lo que hacemos o dejamos de hacer tienen una dimensión política. A quien amamos, cómo lo amamos, a quién deseamos, lo que hacemos con ese deseo, las relaciones que construimos, los vínculos que establecemos tienen una dimensión política. Y es desde esta perspectiva por la que trabajé para que el matrimonio igualitario sea una realidad.
Y desde la que creo que también podemos mostrar que las formas establecidas y socialmente aceptadas no deben ser necesariamente las únicas. Esa institución llamada matrimonio, tan aparentemente ancestral y “natural”, que hasta ayer solo se creía legítima para personas heterosexuales hoy tiene otra forma. El matrimonio como modelo de relacionamiento, como modelo de vínculo pensado de una forma y para siempre también puede cambiar y de hecho está cambiando.
Generar estos pequeños quiebres en los ámbitos que se creían naturalizados e inamovibles, que nos son dados e inculcados como lo que “es” sin invitación a cuestionarlo, respaldados por actores sociales que se presentan casi como invencibles en el sostenimiento de todo este “orden establecido”, es ver que el cambio es posible, que la transformación no es solo una utopía. Que todo se construye. Y que tod@s somos protagonistas de esa construcción.

“Hay quienes ven la realidad
y se preguntan ¿por qué?
Hay quienes se la imaginan
como nunca había sido
y se preguntan ¿por qué no?”

(Bernard Shaw)


Yanina Azzolina
2013