jueves, 13 de octubre de 2011

Veredas (2003) by yani

















...di vuelta por esa esquina,
levanté la vista y observé la vereda,
como si fuera la primera vez en mi vida que fuese a recorrerla,
esas baldosas tan idénticas, tan simétricas, tan poco vistas
esa vereda, tan constante, tan cotidiana y a la vez tan ajena.
Al terminar de levantar mi mirada sentí como lentamente me desintegraba…
como si pudiera ver cayendo sobre esas baldosas partículas de mí
Desperdigada.
Veía como uno a uno mis pies se alternaban y me llevaban
como si supieran por donde seguir
por esa vereda tan constante, tan cotidiana,
no era yo quien se desintegraba
seguía caminando
latía mi corazón
mis pulmones aún respiraban,
no eran partículas de mí misma
eran mis sueños los que se desintegraban
¿mis sueños?
¿o un sueño que albergaba mil?
caían uno a uno
esos mil sueños
dentro del sueño
me sacaba lentamente mi traje de ensoñada
Despojada.
Caminando por esa vereda tan constante, tan cotidiana
en la noche de una primavera que retrasaba su llegada
que apenas empezaba a desperezarse
coqueteando con ese fresco, tan fresco
que la visitaba de noche y a la madrugada.
¿por qué será que la soledad se siente distinto en primavera?
es como si en el aire, en esa calidez del aire
circulara la sentencia del amor
la urgencia de alguna compañía
como si fuera la estación indicada, dictaminada
para el encuentro
...no era este el momento de la vida en que teníamos que encontrarnos, te dije...
casi aliviada
buscando un esbozo de respuesta a lo inexplicable:
al desencuentro
y esa frase sonaba, resonaba dentro mío…
eco de mil lugares
frase hecha, contrahecha, vulgar
Sensata.
Ese último gesto de invitar a la mesa al destino
artilugio elegante
no soy yo
no sos vos
llegamos tarde a una cita predestinada
¿o temprano?
por esa vereda tan constante, tan cotidiana,
transitada una y mil veces
con el deseo de cruzarte
envuelta en el recuerdo absoluto
en la tenacidad  de tu ausencia
en la necesidad de tu presencia
deseo irracional
inapelable
el peso
del deseo
del amor
sin lugar
sin espacio
sin tiempo
el peso del destiempo
el tiempo de paso
por esa vereda tan constante, tan cotidiana
te amo, escuché una vez mas
y no me conmovió tu conmoción
Lejana
lejanas.
Tus palabras caían una a una
ahondando aún más, si eso fuera posible,
el abismo que nos unía y que nos separaba
el vacío palpable
el alivio de mil sueños menos
la levedad.
¿Qué hemos de elegir?, diría Kundera,
¿el peso o la levedad?
solo una cosa es segura
la contradicción entre peso y levedad
es la más misteriosa y equívoca
de todas las contradicciones
tanto como la sensación
de sentirme una extraña
desperdigada
despojada
sensata
lejana
por esa vereda tan constante, tan cotidiana.

Yani 
26-09-2003

fotografiar es escribir con luz


mis fotos en:

martes, 23 de agosto de 2011

Llamado por los malos poetas


Se necesitan malos poetas.Buenas personas, pero poetas

malos. Dos, cien, mil malos poetasse necesitan más para que estallenlas diez mil flores del poema.Que en ellos viva la poesía,la innecesaria, la fútil, la sutil
poesía imprescindible. O la in-

versa: la poesía necesaria,la prescindible para vivir.

Que florezcan diez maos en el pantano
y en la barranca un Ele, un Juan,
un Gelman como elefante entero de cristal roto,
o un Rojas roto, mendigando
a la Reina de España.
(Ahora España
ha vuelto a ser un reino y tiene Reina,
y Rey del reino. España es un tablero
de alfiles politizados y peones
recién comidos: a la derecha, negros, paralizados, fuera del juego).
Y aquí hay torres de goma, alfiles
politizados y damas policiales
vigilando la casa.
A la caza del hombre,
por hambre, corren todos, saltan
de la cuadrícula y son comidos.
Todo eso abunda: faltan los poetas,
los mil, los diez mil malos, cada uno
armado con su libro de mierda. Faltan,
sus ensayitos y sus novela en preparación.
Ah.. y los curricola,
y sus diez mil applys nos faltan.
No es la muerte del hombre, es una gran ausencia
humana de malos poetas. Que florezcan
cien millones de tentativas abortadas,
relecturas, incordios,
folios de cartulina, ilustraciones
de gente amiga, cenas
con gente amiga, exégesis, escolios,
tiempo perdido como todo.
Se necesitan poetas gay, poetas
lesbianas, poetas
consagrados a la cuestión del género,
poetas que canten al hambre, al hombre,
al nombre de su barrio, al arte y a la industria,
a la estabilidad de las instituciones,
a la mancha de ozono, al agujero
de la revolución, al tajo agrio
de las mujeres, al latido
inaudible del pentium y a la guerra
entendida como continuidad de la política,
del comercio,
del ocio de escribir.
Se necesitan Betos, Titos, Carlos
que escriban poemas. Alejandras y Marthas
que escriban. Nombres para poetas,
anagramas, seudónimos y contraseñas
para el chat room del verso se necesitan.
Una poesía aquí del cirujeo en la veredas.
Una poesía aquí de la mendicidad en las instituciones.
Una poesía de los salones de lectura de versos.
Una poesía por las calles (venid a ver
los versos por las calles...)
Una poesía cosmopolita (subid a ver
los versos por la web...).
Una poesía del amor aggiornado (bajad a ver
poesía en el pesebre del amor...)
Una poesía explosiva: etarra, ética,
poéticamente equivocada.
En los papeles, en los canales
culturales de cable, en las pantallas
y en los monitores, en las antologías y en revistas
y en libros y en emisiones clandestinas
de frecuencia modulada se buscan
poetas y más malos poetas:
grandes poetas celebrados pequeños,
poetas notorios, plumas iluminadas,
hombres nimios, miméticos,
deteriorados por el alcohol,
descerebrados por la droga,
hipnotizados por el sexo
idiotizados por el rock,
odiados, amados por la gente aquí.
En las habitaciones se buscan.
En un bar, en los flippers,
en los minutos de descanso de la oficina,
entre dos clases de gramática,
en clase media, en barrios
vigilados se buscan.
¿Habrá en la tropa?
¿En los balnearios, en los baños
públicos que han comenzado a construir?
¿En los certámenes de versos?
¿En los torneos de minifútbol?
¿Bajo el sol quieto?
¿A solas con su lengua?
¿A solas con una idea repetitiva?
¿Con gente?
¿Sin amor?
No es el fin de la historia, es
el comienzo de la histeria lingual.
Todo comienza y nace de una necesidad fraguada en la lengua.
Falsifiquemos el deseo:
Te necesito nene.
Para empezar te necesito.
Para necesitar, te pido
ese minuto de poesía que necesito, necio:
quisiera ver si me devuelves el ritmo de un mal poema,
que me acarices con sus ripios,
que me turbes la mente con otra idea banal,
y que me bañes todo con la trivialidad del medio.
Y en medio del camino, en el comienzo
de la comedia terrenal, quiero vivir
la necedad y la necesidad
de un sentimiento falso.
Se necesitan nuevos sentimientos,
nuevos pensamientos imbéciles, nuevas
propuestas para el cambio, causas
para temer, para tener,
aquí en el sur.
Y arriba España es un panal
de hormigas orientales:
rumanas, tunecinos,
suecas a la sombra de un Rey.
Riámonos del Rey.
De su fealdad.
De su fatalidad.
De Su Graciosa Realidad.
La realidad es un ensueño compartido.
La realidad de España
es su filosa lengua pronunciando la eñe
y su mojada espada pronunciando el orden
del capital y la sintaxis.
¡Ay, lengua:
aparta de mí este cuerno de la prosperidad clavado en tu ingle,
suturada de chips, y cubre
nuestras heridas con el bálsamo de los malos poemas..!

domingo, 5 de junio de 2011

Cortázar - Me caigo y me levanto


Nadie puede dudar de que las cosas recaen. Un señor se enferma, y de golpe un miércoles recae. Un lápiz en la mesa recae seguido. Las mujeres, cómo recaen. Teóricamente a nada o a nadie se le ocurría recaer pero lo mismo está sujeto, sobre todo porque recae sin conciencia, recae como si nunca antes. Un jazmín, para dar un ejemplo perfumado. A esa blancura, ¿de dónde le viene su penosa amistad con el amarillo? El mero permanecer ya es recaída: el jazmín, entonces. Y no hablamos de las palabras, esas recayentes deplorables, ni de los buñuelos fríos, que son la recaída clavada.
Contra lo que pasa se impone pacientemente la rehabilitación. En lo mas recaído hay siempre algo que pugna por rehabilitarse, en el hongo pisoteado, en el reloj sin cuerda, en los poemas de Pérez, en Pérez. Todo recayente tiene ya en si un rehabilitante pero el problema, para nosotros los que pensamos nuestra vida, es confuso y casi infinito. Un caracol segrega y una nube aspira; seguramente recaerán, pero una compensación ajena a ellos los rehabilita, los hace treparse poco a poco a lo mejor de sí mismos antes de la recaída inevitable. Pero nosotros, tía, ¿cómo haremos, cómo nos daremos cuenta de que hemos recaído si por la mañana estamos tan bien, tan café con leche, y no podemos medir hasta dónde hemos recaído en el sueño o en la ducha? Y si sospechamos lo recayente de nuestro estado, ¿cómo nos rehabilitaremos? Hay quienes recaen al llegar a la cima de una montaña, al terminar su obra maestra, al afeitarse sin un solo tajito; no toda recaída va de arriba a abajo, porque arriba y abajo no quieren decir gran cosa cuando ya no se sabe dónde se está. Probablemente Ícaro creía tocar el cielo cuando se hundió en el mar epónico, y Dios te libre de una zambullida tan mal preparada. Tía, como nos rehabilitaremos?
Hay quien ha sostenido que la rehabilitación sólo es posible alterándose, pero olvidó que toda recaída es una desalteración, una vuelta al barro de la culpa. En efecto somos lo más que somos porque nos alteramos, salimos del barro en busca de la felicidad y la conciencia y los pies limpios. Un recayente es entonces un desalterante, de donde se sigue que nadie se rehabilita sin alterarse. Pretender la rehabilitación alterándose es una triste redundancia: nuestra condición es la recaída y la desalteración, y a mi me parece que un recayente debería rehabilitarse de otra manera, que por lo demás ignoro. No solamente ignoro eso sino que jamás he sabido en qué momento mi tía o yo recaemos. ¿Cómo rehabilitarnos, entonces, si a lo mejor no hemos recaído todavía y la rehabilitación nos encuentra ya rehabilitados? Tía, ¿no será ésa la respuesta, ahora que lo pienso? Hagamos una cosa: usted se rehabilita y yo la observo.Varios días seguidos, digamos una rehabilitación continua, usted está todo el tiempo rehabilitándose y yo la observo. O al revés, si prefiere, pero a mi me gustaría que empezara usted, porque soy modesto y buen observador. De esa manera, si yo recaigo en los intervalos de mi rehabilitación, mientras que usted no le da tiempo a la recaída y se rehabilita como en un cine continuado, al cabo de poco nuestra diferencia será enorme, usted estará tan por encima que dará gusto. Entonces, yo sabré que el sistema ha funcionado y empezaré a rehabilitarme furiosamente, pondré el despertador a las tres de la mañana, suspenderé mi vida conyugal y las demás recaídas que conozco para que sólo queden las que no conozco, y a lo mejor poco a poco un día estaremos otra vez juntos, tía, y será tan hermoso decir: "Ahora nos vamos al centro y nos compramos un helado, el mío todo de frutilla y el de usted con chocolate y un bizcochito.


http://www.juliocortazar.com.ar

viernes, 20 de mayo de 2011

jueves 2 a.m by yani


Termino de cenar con una amiga. Vuelvo al depto. ¿Taxi o bondi? son las dos de la mañana y pienso: ojalá todas las disyuntivas de la vida fueran tan complicadas como esta. No hace frío pero estoy cansada ¿taxi o bondi? llego a la parada y hay gente, quiere decir que hace rato no pasa, punto a favor del bondi. Ensayemos su espera. Convicción. Es lo que hay que tener a las dos de la mañana para esperar el bondi frente al desfiladero incesante de los autitos negros y amarillos que tientan cada dos segundos con la idea de un viaje rápido y placentero. Necesito más argumentos para la espera, porque el bondi sigue sin venir y somos más en la parada. Que cosa la noche, la noche de la ciudad tiene sus propios códigos, será que los ruidos del día no permiten detenerse y mirar a quien tenemos al lado, pero de noche, casi que nos sacamos radiografías y casi hablamos con las miradas, medimos movimientos, marcamos territorios… será que el silencio de la noche nos permite caer en la cuenta de que hay otro ahí cerca, nos permite escucharnos, escuchamos más claro hasta nuestros propios pensamientos. 1,25… 1,25 contra 30 o 40 pesos ¿no? más o menos… un libro usado en alguna librería de Corrientes o un cd de oferta en alguna cadena de disquerías en decadencia que como no entienden de buena música cada tanto se les escapa un cd bueno y barato. Me convenzo y me afirmo en la espera. Pero estoy cargada con dos bolsas llenas de cosas que van, que vienen, que aguardan ser definitivamente mudadas. Merezco un taxi porque estoy cargada. A las dos de la mañana es solo paciencia, estoicidad, y la recompensa será un bondi vacío, rápido y por sobre todas las cosas barato. Ahí viene el bondi, valió la pena la espera. Hasta que lo veo de cerca: lleno, literalmente, lleno a las dos de la mañana. Eso es Buenos Aires. Un bondi lleno de gente que va, no que viene, a las dos de la mañana. Y claro, no lo había pensado antes: hoy es jueves. La juventud sale, cuando una vuelve. Dudo en subir, pero subo, no podía echar por la borda tanta espera, sobre todo tanta reflexión sobre la espera. La otra amiga diría que no tiene sentido tanto análisis, y quizás tenga razón, pero es mi forma, de esa manera sobreviví y sobrevivo, y sin esa forma no soy yo.  Es lo que hay. La gente se agolpa en las paradas, suben de a cuatro, de a cinco y nadie baja. Es ese momento del bondi en que la humanidad olvida un principio básico de la física: dos cuerpos no pueden ocupar el mismo espacio. Ese es un momento bien baires. Y ni hablar de las peripecias que hay que hacer si como yo, una lleva dos bolsas. No una, dos. Confirmado: son niños y niñas yendo a bailar, un jueves a las dos de la mañana. Y yo queriendo llegar para saber el resultado de una votación, de una ley, en un congreso, en otro país… ¿abismo generacional le dicen, no? ¿Y dónde están los padres de estos niños? Primer pensamiento de vieja. Y encima, están tomando de una botella de plástico recortada vaya a saber una qué cosa, segundo pensamiento de alguien que estrena los cuarenta. Trato de recordar qué hacía yo a esa edad para pasar del juicio rápido y fácil a un ensayo de comprensión empática, pero sin mucho éxito. Casi no me acuerdo que hacía yo a esa edad un jueves a las dos de la mañana o será que en mi “época” ni se nos ocurría que podíamos salir un ¿jueves?  El primer grito de la conversación de los niños me devuelve al presente y borra toda sombra de empatía naciente. ¿Por qué gritan? Porque creen que están solos en el mundo y el mundo que los rodea les importa tres carajos, me descubro ya cerca del pensamiento de vieja amargada, ¿será por la hora o será por las bolsas? Porque me niego a ser ya una vieja amargada ¿Por qué gritan? porque se sienten solos y necesitan al menos una mirada… El colectivero por suerte me rescata: “hoy salieron todos”. Y yo que pensaba viajar sentada, le digo y se sonríe, y agrego usufructuando esa complicidad que nos brinda la noche: que te sea leve porque yo en la próxima, me bajo.

Yani Azzolina 

jueves, 28 de abril de 2011

Idea Vilariño

No hay ninguna esperanza
No hay ninguna esperanza
de que todo se arregle
de que ceda el dolor
y el mundo se organice.
No hay que confiar en que
la vida ordene sus caóticas instancias
sus ademanes ciegos.
No habrá un final feliz
ni un beso interminable
absorto y entregado
que preludie otros días.
Tampoco habrá una fresca
mañana perfumada
de joven primavera
para empezar alegres.
Más bien todo el dolor
invadirá de nuevo
y no habrá cosa libre
de su mácula dura.
Habrá que continuar
que seguir respirando
que soportar la luz
y maldecir el sueño
que cocinar sin fe
fornicar sin pasión
masticar con desgano
para siempre sin lágrimas.
                                          (1955)


No miraste
Es verdad que entendés
o ése es tu juego
comprender
ver
saber
o de verdad podés ver con mis ojos
cómo no lo ves todo
no seguís hasta el fondo
no llegás hasta el fin
hasta tocar la nada
y si ves con mis ojos
y si tanto entendés
cómo cómo no viste
no miraste
un pequeño animal que pedía aire
que ardía
se asfixiaba
se moría.

jueves, 14 de abril de 2011

Ni tarde ni temprano by yani

Ella se sentó en ese bar, el de la esquina, antiguo, de los pocos que quedan en la ciudad, y que conservan ese aire gris, cansino, como de otra época y que invita a sentarse, a mirar por una ventana con la mirada perdida. Poca luz, poco ruido, ninguna televisión encendida y sintonizada en los canales de siempre, con los personajes de siempre, casi un milagro pensó, pocos comensales y mozos experimentados acodados en la barra. Esos que saben de la vida, porque toda la vida fueron mozos, que con una mirada sacan radiografías y las entregan junto al menú, con una sonrisa irónica como diciendo que el diagnóstico elaborado no será entregado de la misma forma, que queda en ellos, en su sonrisa irónica y en su saber acumulado, sobre esa barra, en ese bar, en esa esquina.
Esperaba, sin ansiedad, pero esperaba. Sabía que tenía una cita a la que no podía faltar, pero a la que no quería ir. Es el día, pensó, no hay forma de seguir eludiendo el momento, tampoco le encontró el sentido. Demorar porque sí, alargar sin sentido, tampoco es vida.
La vio entrar, y sin conocerla supo que era ella; la ausencia de ansiedad no había generado expectativas, por lo tanto, se dejó llevar por las sensaciones que se agolpaban como novedad, y de a poco se sintió eclipsada, absorta, invadida. El poco ruido, los pocos comensales, la poca luz, simplemente desaparecieron. Sólo eran ellas dos. Se levantó, y con un gesto separó la silla de la mesa para invitarla a sentarse. Su presencia era conocida, deja vú quizás de otra vida. Su mirada, su perfume, su prestancia, su altura, pero por sobre todo su mirada, le hicieron comprender que no había postergado el encuentro ni estaba llegando anticipadamente, ni tarde ni temprano: la hora señalada, en el momento justo. Antes, pensó, no la hubiese reconocido a su llegada, no me hubiera detenido en su figura, y después, qué importa del después, o en realidad sí importa, y después hubiese sido demasiado tarde… e inmediatamente vino a su cabeza  la imagen de esas frutas agrias que quedan abandonadas en las ramas de los árboles, pendiendo de un hilo, desfiguradas, pasadas, sin sentido.
Tomaron un café, establecieron las pautas del encuentro en silencio y repasaron los acontecimientos que las habían llevado hasta esa taza de café, uno por uno, sin prisas, sin palabras, sin reproches, sin medidas. Ella sabía que se habían cruzado un par de veces; una en particular había llamado su atención pero no lo suficiente, te vi una vez de cerca y tampoco hablamos, no me detuve, recordó, no me detuve lo suficiente o estuve ahí como podía.
A partir de hoy nos vamos a cruzar más seguido, le contestó, adivinando sus pensamientos, y vas a tener tiempo de detenerte, y tomarte un café, y hablar, y pensar en mí de otra manera. A partir de hoy voy a ser parte de tu cotidiano, parte del paisaje. A partir de hoy vas a pensar en mí sin necesidad de encontrarnos. Antes no era necesario. Es la ley de la vida, no en vano transcurren las horas. Y fueron sus únicas palabras. O lo que ella creyó escuchar como sus únicas palabras.
Palabras que la ubicaron en tiempo y espacio de una manera única y casi indescriptible, fue como si todo estuviese en su lugar al menos por un segundo, el pasado, ese instante, lo que resta… y de repente comprendió en esas tres palabras el significado de aquel encuentro: el tiempo que queda por delante no es todo el tiempo, es el tiempo que resta, es empezar a volver de algún lugar hacia un destino. Es otro tiempo, otro ritmo, otras luces, otros pasos.
Y ella no tuvo palabras, simplemente levantó los ojos y la miró como si todo el tiempo que restaba pudiese gastarlo en aquella mirada.
Y ambas se perdieron a través de esos vidrios, mirando sin ver, en ese bar, de esa esquina, con poca luz, pocos comensales, poco ruido, desde donde se puede espiar a una ciudad en movimiento, o que al menos cree que se mueve.

Yani Azzolina

martes, 29 de marzo de 2011

Noche adentro y no duermo

                                               de Hugo Mujica

A lo lejos, en un atardecer
en que el otoño
es un lugar en mi pecho,
comienzan a encenderse las ventanas,

mi nostalgia
por estar donde bien sé que al llegar
volvería a estar afuera.

Duelen los ojos de soñar tan a lo lejos

la frente de pensar
lo impensable de tanta vida
que no he abrazado,
tanta deuda de lo que no he nacido.

Poco a poco se apagan las luces,

es el lindero de una  noche y otra noche,
la frágil vecindad
            del miedo y la esperanza.

El último día podría ser éste que termina,
esta noche
en la que aún escribo

igual, pero sin una ausencia nueva
                                         para seguir esperando.